viernes, 28 de febrero de 2014

Cruel Derrota


                                                                                                                                                 Juan López

   Los tres casos se parecen: es la decadencia: el tobogán de la derrota. Ser mediocre, común, ordinario, no es delito. La mayoría de las personas somos eso: seres comunes, ciudadanía, montón. Pero, cuando se sobresale, ya porque se es un deportista o un  artista afortunado. Un político sobresaliente. Un líder que rebasa márgenes y límites. Entonces al caer, el porrazo, cuando se aflojan sus sostenes, es más severo.

    La adrenalina es una sustancia que corre por nuestras venas en toda ocasión extrema. Con la resortera del Bunggy, el chirriar de dos automóviles a 300 kilómetros por hora o en el pecado de un amor que cifra los quince años. Lo que más se parece a la ataraxia es el ejercicio del poder: igual a una droga que se absorbe y te conduce por la ruta de la inconsciencia. A tus pies, la obediencia. A tus antojos, toda la capacidad de un aparato humano, económico y político para cumplir tus más insólitos caprichos.

    Y que de pronto, toda esa estructura fantástica que hace posible tu adoración. Que se pone de rodillas ante tus órdenes. Que mueve galaxias para que se acaten tus instrucciones. De repente, como un castillo de arena disuelto por el aire, se derrumban la magia, el hechizo, la ilusión y te ves, caminando al garete, sin rumbo ni orientación ni brújula: veleta sin destino, donde al final del túnel sólo queda, tan insondable como misterioso, el calabozo que te hundirá en depresión y pánico.

    En esto se parecen Elba Esther, Andres Granier y El Chapo: vidas paralelas: patéticos, que fueron no hace mucho, cereza del pastel de sus respectivas y monárquicas ínsulas. Autócratas, absolutistas, tan poderosos, que eran capaces de mandarle al sol a que saliera temprano todas las mañanas y, como en el cuento del Principito, el sol les obedecía. Igual pudieron haber hecho con el crepúsculo: ordenarle oscurecer a las seis de la tarde y la noche en ciega obediencia tendería su manto negro sobre el mundo.

    La cárcel no es sólo, un encierro obligatorio. Es también una lápida que rompe el alma, destroza el corazón, aniquila la mente, atrofia la razón y es, gangrena que avanza sobre la piel del espíritu. La prisión es fulminante para el criminal que roba, asesina, defrauda dentro del fuero común. Pero, cuando se ha ejercido el poder, contado los millones de dólares como liviandades de la vida. Cuando se ha doblado a gobernantes, se desquiciaron instituciones, se pervirtieron los estratos de la ley entonces, caer al vacío sin red, romperse contra la realidad todos los confines del dominio. Con las alas rotas y el vuelo en picada, entonces el otrora poderoso cóndor de las inmensas alturas, se vuelve un finito renacuajo pisoteado por las peores inclemencias.

    Perder el poder y recibir a cambio la humillación más canalla, es la cruel derrota para la que no están preparados muchos de los que aún deambulan con la corona puesta.

    PD: “La hora más sombría, sólo dura 60 minutos”: Andrew Luguet.

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