lunes, 3 de septiembre de 2012

Los estragos del tiempo




Por Patricia Sánchez Carrillo/
Con el correr de los días, las personas de manera natural vamos acumulando años y con el paso del tiempo nos vamos haciendo viejos, hasta que finalmente como dijera el poeta: “Pasamos a mejor vida, y por ende desaparecemos de la faz de la tierra”. Sin embargo lo que hicimos, lo que  dejamos de hacer y lo que no hicimos perdurará para bien o para mal.
Todo este proceso escrito aquí en cinco líneas, nos lleva en el mejor de los casos a contar en nuestro haber, por lo menos con ochenta años, edad promedio de vida en la actualidad; claro que estamos hablando de un proceso natural, cotidiano, sin tomar en cuenta los factores fortuitos como son las enfermedades, accidentes o alguna otra circunstancia vinculada a la violencia o algún desastre natural que la concluya antes.
El pasado domingo realicé un viaje a Yucatán, para ser exacta a Chelem, pintoresco puerto del golfo de México, donde acudí a visitar a mi familia que radica en Chihuahua, pero que viene cada año de vacaciones, ahora con sus nietos y bisnietos a las playas de la península.
Saludar al tío Tony, hermano de mi madre y a su esposa la tía Fely (como le decimos de cariño), propicia el encuentro con otros miembros de la familia que acudimos a saludarlos. Aprovechando el evento les gorreamos la comida, en esta ocasión nos reunimos tres generaciones y como tema natural, recordamos a los  ausentes que en otros ayeres siempre nos acompañaron.
Recordamos esas temporadas de julio y agosto, famosas y obligadas durante  nuestra niñez y época de estudiantes que pasábamos felices y sin contratiempos. Sin preocupaciones en la casa de paja y láminas de cartón, con  orgullosas paredes de bloques pintados de blanco propiedad de los bisabuelos, los cuales adoptaron esa localidad de la costa yucateca para vivir. Ahí nos reuníamos todos y disfrutábamos de la playa blanca y arenosa, donde las olas rompían y el mar era de un color verde-azul obscuro de agua cálida y baja profundidad, que hacía nuestra alegría en vacaciones y por supuesto constituía el gran motivo de preocupación de los abuelos.
Hoy ese mar sigue ahí pero todo ha cambiado; desde que tomamos la carretera de cuatro carriles rumbo al puerto de Progreso, mi pensamiento voló hasta instalarse en los recuerdos en donde a duras penas había una angosta carreterita de un carril de ida y vuelta con un breve acotamiento. Hoy la mano del hombre le ha dado ese toque de plenitud vial que nos lleva al puerto más importante del estado.  Antes de entrar a éste, se toma una desviación que nos conduce directo a Chelem; por el trayecto se puede disfrutar la obra de la naturaleza, la gran laguna (antes espacio de la ciénaga), que se ha formado con la entrada del agua de mar y que le da cabida al puerto de abrigo Yucalpetén, solamente que hoy corregido y aumentado con el puente que resalta la vista marina y así hasta llegar a nuestro destino.
En la mesa familiar hablábamos de lo cambiado que lucía Chelem, ese puerto de pescadores que cobraba vida en el período vacacional de verano, donde lejos de la escuela y la ciudad nos daba inicio el día con el traje de baño puesto y la música de la consola sonando a todo volumen. El relajo se instalaba en la playa con el clásico baño de mar, que coincidía con la llegada de los cayucos de pescadores trayendo consigo la pesca de la madrugada, que con seguridad sería nuestro almuerzo (pescado frito o caldo de pescado) ¡eso era estar en la playa vacacionando!
Desafortunadamente no todo el cambio es positivo por lo menos en ese puerto yucateco. Sin lugar a dudas las obras de ingeniería dejan ver la modernidad en cualquier ciudad o poblado, en muchas ocasiones la naturaleza coopera para que esto suceda, sin embargo, parecería ser que la mano del hombre lejos de agradecerle, se ensaña con ésta no entendiendo que los únicos perjudicados somos nosotros.
Me llené de tristeza cuando contemplé las playas de Chelem, lejos quedó el toque mágico del entorno natural que nos daba la vista al mar, aquella entrada arenosa con sus dunas cubiertas de vegetación y espacios abiertos, que nos permitían llegar dando volantines hasta la playa; éstas se fueron con el huracán Gilberto y ya nunca regresaron. Hoy la playa luce sucia y descuidada, actualmente el breve espacio peatonal hasta el mar está lleno de embarcaciones rústicas pesqueras en mal estado, a leguas se ve que no hay ningún tipo de regulación para el uso de éstos y tampoco existe la mínima seguridad para los vacacionistas y mucho menos para los pescadores.
Este domingo la playa vestía un escenario deprimente, grupos de jóvenes y señores que ingerían sin ningún tipo de recato bebidas alcohólicas, improvisando mesas sobre la arena llenas de desperdicios, el aire levantaba bolsas y bolsitas de plástico y por todos lados se veían envases de pet de todo tipo y tamaño, botellas de cristal vacías dejadas a la deriva, en fin cualquier cantidad de basura, denotando que la cultura de la limpieza brilla por su ausencia así como los tambos para la basura.
Como en un principio mencioné, nuestras acciones siempre tendrán una repercusión; Chelem es un claro ejemplo del olvido del hombre, del abandono de la autoridad, de los estragos por la falta de educación, del agravio a la naturaleza, del ausentismo total de valores.
Lo que más me conmueve es que pude observar que muchos niños incluyendo los nietos y bisnietos de mis tíos, juegan bajo estas condiciones de inseguridad y flagelo hacia la naturaleza y el medio ambiente que los mayores propiciamos con nuestro actuar, creando en ellos ese paisaje deprimente como algo cotidiano y normal ante sus miradas, donde la ausencia de limpieza, bienestar y seguridad no es importante.
Todo esto me lleva a la reflexión. ¿Cómo construirán los niños un mundo a partir de estos aprendizajes que les estamos enseñando como algo normal? ¿De dónde tomarán como punto de referencia para definir lo bueno y lo malo, lo que debe ser y lo que no debe ser?, si cada vez dejamos menos espacios de bienestar para ellos.
Los estados de las república tienen características que los hacen únicos, pero me atrevería a afirmar que en todos adolecemos de estos problemas, solo reconociendo lo mezquino de nuestro proceder nos permitirá retomar la línea de orgullo que históricamente tiene nuestro país.
La península de Yucatán, Campeche y Quintana Roo, son un solo espacio privilegiado por la naturaleza, su variedad y riqueza culinaria, sus playas, su selva, la belleza de sus mares donde abundan diferentes especies marinas, los trajes típicos, su música, sus ruinas arqueológicas como Chichén, Uxmal, Edzná, Hochob, Tulum y Cobá entre otras, nos dan ese toque de distinción y calor humano ante los ojos del mundo que debemos conservar.
No importa de dónde vengamos, hagamos nuestro el tema de la responsabilidad, de los valores, del respeto, de la educación y preservación de la naturaleza; no es posible que dejemos todo el cuidado de la especie, tanto humana como animal y vegetal en manos de las autoridades, seamos parte de la solución no del problema, finalmente todos los que vivimos aquí somos Quintana Roo.
Hasta la próxima
Soy su amiga Patricia Sánchez Carrillo
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