jueves, 12 de julio de 2012

Tolerancia



Juan López

   El primero de Julio vino y se fue, como la primavera. El país ha rebasado las hipótesis. Simple la ecuación: ganaron las mayorías, perdieron las minorías. Pero no se piense que hubo triunfo alguno. El que obtuvo mayor votación se lleva a cuestas el compromiso de responderle a la sociedad por las fallas y faltas del gobierno.
   No se trata nomás de culpar, sino de solucionar asuntos como la inseguridad, la corrupción, la ineptitud, el desempleo, el crimen, la violencia que secuestra, asesina, descuartiza y ahuyenta a los inversionistas que pudieran fomentar el desarrollo sustentable de esta Ciudad y Puerto y de todo el estado, rezagado y sometido.
   Quienquiera que hubiera ganado la alcaldía heredaría los problemas acumulados. Falta de agua, cobros excesivos de CFE, carestía galopante, nulo crecimiento económico, cierre masivo de comercios, aumento poblacional, basura excesiva, clamores por servicios públicos y demanda de obras en todas las comunidades.
   La presidencia municipal hay que asumirla con espíritu festivo, ideas, propuestas, innovaciones, orden y generosidad.
   El PRI como oposición política en algunos Ayuntamientos, debe evitar el Síndrome de Oliver, esa necedad consecutiva de convertirse en obstrucción cerril, contra todo -aún lo lógico y lo racional-, que propusiera el alcalde Manuel Añorve Baños.
   Quisiera que la bancada edilicia tricolor acapulqueña fuera la que representara la inteligencia. Que se distinguiera por ofrecer soluciones y por fomentar la modernización de la administración. Que los problemas sean su fuerte, para solucionarlos. Que visiten el campo, las colonias, hablen con la gente y atiendan de buen modo a los ciudadanos, patronos de los políticos.
   En el siglo actual Acapulco ha sido gobernado por tres alcaldes perredistas, un priísta y se apresta a otro de coalición política. No podemos pedir más. Se trata de la voluntad electoral que mandata la alternancia gubernamental, indispensable para consolidar nuestra democracia y hacer real la premisa de que únicamente al pueblo corresponde la facultad de decidir quien nos gobernará.
   La palabra necesaria para amortiguar los efectos de la transición es una: Tolerancia. El Credo de Francois Marie Voltaire: “Estaré en contra de lo que digas pero, defenderé con mi vida, tu Derecho a decirlo”. Frase eterna que sustenta la diversidad social.
   Tolerancia de los que perdieron con los que ganaron.
   No convertirse en una oposición rijosa, incontrolable y siniestra.
   Tolerancia de los que ganaron con los que perdieron.
   Bajar la soberbia, la altivez y autosuficiencia.
   La humildad es un atuendo de magnificencia en los nobles.
   Las reglas del juego indican que la democracia es competición civil. Justa legal reglamentada, sustentada en las leyes y protegida por la Carta Magna.
   Se apuesta a ganar. Perder es el sacrificio.
   Gobernar es mostrar capacidad mental, moral y jurídica para satisfacer los reclamos de la sociedad.
   Gobernabilidad es la suma de atributos sin discordia, con los que un político pueda mantener la paz social, en la ínsula que le haya sido asignada por la voluntad popular.   
     No olvidemos que el voto fue este primero de Julio, un clamor por las  soluciones que reclama el pueblo.
   Cuando escribo la palabra Tolerancia no refiero un obsequio.
   Tolerancia no es caridad. Ni disimulo precario.
   Tolerancia es respeto hacia el error de los adversarios.
   Es alegría compartida con quienes se esforzaron pero, no fueron compensados por el voto ciudadano.

   PD: “La victoria tiene mil padres. Huérfana es la derrota”:
            Benjamín Franklin.

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